EL NOMBRE PERDIDO DEL MESÍAS: ¿QUIÉN FUE REALMENTE YESHÚ DE NAZARET?.


Uno de los nombres más sagrados y venerados por la civilización occidental podría no haber sido, en realidad, el verdadero. Hablamos de “Jesucristo”, un nombre que resuena con fuerza desde hace más de dos mil años, pero que, según una creciente corriente de expertos y eruditos, dista mucho del original que alguna vez habría pronunciado la figura que dio origen al cristianismo. Según estos investigadores, la palabra “Jesús” no habría tenido cabida en la lengua materna de aquel hombre enigmático: el arameo. Curiosamente, algunas letras presentes en el nombre moderno ni siquiera existían en el lenguaje escrito de su tiempo.

El paso de los siglos ha sepultado, bajo capas de traducciones y reinterpretaciones, la auténtica denominación del profeta galileo. Su nombre atravesó un complejo laberinto lingüístico: del arameo al hebreo, luego al griego y al latín, hasta cristalizar finalmente en su forma inglesa en el siglo XVI. A esto se suma una verdad poco divulgada: “Cristo” no era un apellido, sino un título espiritual. La denominación más precisa, de acuerdo con las investigaciones actuales, podría haber sido "Yeshu Nazareen".


UNA VOZ EN ARAMEO DESDE LA GALILEA

Jesús, junto con sus discípulos, vivió en Judea, una provincia del extinto Imperio Romano que hoy abarca Israel y Palestina. La mayoría de los estudiosos coinciden en que su infancia y juventud transcurrieron en la pequeña aldea de Nazaret, en la agreste región norteña de Galilea. Allí, rodeado de montañas y caminos polvorientos, creció un hombre que cambiaría el curso de la historia.


Aunque no existen registros directos de su voz, los textos más antiguos lo presentan como alguien alfabetizado y con dominio de varias lenguas. El arameo era su idioma cotidiano, según afirma el profesor Dineke Houtman, especialista en judaísmo y cristianismo en la Universidad Teológica Protestante de los Países Bajos. Este idioma, originado en Siria, se había propagado ampliamente por el Oriente Medio de su tiempo, siendo la lengua franca entre los judíos de Galilea. Los manuscritos antiguos conservados en la región lo confirman. Incluso, algunos pasajes de los Evangelios conservan palabras en arameo, como el íntimo “Abba”, que significa padre.

Aunque arameo y hebreo comparten ciertas raíces, son idiomas distintos. En tiempos de Jesús, el hebreo era reservado para el culto y los textos sagrados, del mismo modo en que el latín sería luego la lengua litúrgica de la Iglesia. A pesar de ello, es probable que Jesús manejara el hebreo por su formación religiosa, así como algunas nociones del griego, lengua dominante del saber en la época.


YESHÚ: EL NOMBRE BORRADO POR LA HISTORIA

Resulta revelador saber que la letra "J", tal como la usamos hoy, simplemente no existía cuando Jesús caminaba por Galilea. Según el profesor Houtman, el verdadero nombre por el que habría sido conocido era "Yeshúa" o su forma abreviada "Yeshu", un nombre bastante común en el primer siglo. La arqueóloga Rachel Hachlili descubrió que en la Galilea de aquella época, "Yeshúa" figuraba entre los nombres más frecuentes. La profesora Candida Moss, experta en cristianismo primitivo en la Universidad de Birmingham, respalda esta conclusión: “Yeshu o Yeshua era uno de los nombres más habituales entre los judíos galileos del siglo I”.


En cuanto al sobrenombre "Cristo", debemos entenderlo como un título y no como un apellido en el sentido moderno. Proviene del griego Christos, traducción de la palabra hebrea Mashiach, es decir, “el ungido”. En la época romana, las clases altas usaban tres nombres, pero un predicador humilde de Galilea difícilmente habría llevado apellido alguno. El historiador Dr. Marko Marina, de la Universidad de Zagreb, señala que en el mundo antiguo las personas eran identificadas por su procedencia o por vínculos familiares. Así, es comprensible que a Jesús se lo mencionara como “el Nazareno”, por su origen en Nazaret, una práctica común en aquel entonces.

De ahí que su nombre completo bien pudo haber sido "Yeshu Nazareen", una combinación que lo distinguía de otros hombres con el mismo nombre, como se hacía habitualmente en tiempos donde los apellidos eran aún desconocidos.


EL ECO DE UN NOMBRE DESVANECIDO

El misterio se complica cuando se intenta reconstruir la pronunciación exacta de su nombre. Con el tiempo, los sonidos también se han desvanecido. Según la Dra. Marina, aún es posible esbozar una aproximación basada en las raíces semíticas del nombre. Algunos estudiosos piensan que se pronunciaba “Yeh-shu” o “Yay-shu”, con una sutil oclusión glotal al final, una peculiaridad fonética ya en desuso en el siglo I debido, en parte, a la influencia de la lengua griega.

La letra hebrea yod (י), por ejemplo, daba lugar al sonido "Y", mientras que el ayin (ע) podía producir un sonido gutural o una pausa glotal. Así, no es descabellado imaginar que el mismísimo Jesús pronunciaba su propio nombre como “Yahshua” o alguna variante cercana.


DEL YESHÚ ARAMEO AL JESÚS OCCIDENTAL

La metamorfosis que llevó de "Yeshúa" a "Jesús" es un recorrido fascinante a través de la transliteración. Este proceso, que implica adaptar sonidos de una lengua a otra, transformó el nombre original cuando los evangelistas escribieron en griego el Nuevo Testamento. Sin contar con letras ni sonidos equivalentes, tradujeron "Yeshúa" como "Iesous", una adaptación que, aunque imperfecta, fue lo mejor que el griego podía ofrecer.

Con la posterior traducción al latín, el nombre derivó en “Iesus”. En aquellos tiempos, las letras “i” y “j” no se diferenciaban. Fue en el siglo XVI cuando el gramático Gian Giorgio Trissino estableció una distinción entre ambas, lo que, unido a cambios fonéticos, dio lugar al moderno “Jesús”. Ya para el siglo XVII, la forma que hoy conocemos se había instalado firmemente en el imaginario cristiano.

Curiosamente, otros personajes bíblicos con nombres similares, como "Yehoshua", fueron traducidos al inglés como “Joshua”, sin tantas transformaciones como las sufridas por "Jesús".


LA FUERZA DE UN NOMBRE ANCESTRAL

Pese a lo convincente de los argumentos presentados por investigadores como Moss, Marina y Houtman, es improbable que el mundo abandone el nombre “Jesús” en favor de “Yeshu” o “Yahshua”. Después de todo, ese nombre —aun si no es el original— carga con siglos de fe, devoción, arte, liturgia y cultura.

Sin embargo, para aquellos que caminan los antiguos senderos del conocimiento prohibido y la verdad velada, saber que el Mesías que cambió la historia tal vez jamás oyó el nombre “Jesús” es una revelación tan inquietante como fascinante. Tal vez, entre los ecos del tiempo, aún resuene el auténtico nombre de aquel hombre que los pueblos conocerían como el Cristo.

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