SEÑORES DE LAS TINIEBLAS: LOS 10 DIOSES DE LA MUERTE QUE GOBIERNAN EL MÁS ALLÁ.


Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha mirado con asombro y temor hacia el velo que separa la vida de la muerte. Para las antiguas civilizaciones, ese tránsito no era el fin, sino el umbral hacia un mundo oculto, un inframundo regido por entidades tan poderosas como escalofriantes: los dioses de la muerte. No todos eran siniestros, algunos prometían dicha eterna, otros, castigos sin fin. En esta inquietante expedición por los caminos del más allá, exploraremos las figuras míticas que reinan entre las sombras, aquellas divinidades que dictaban el destino final de las almas. Porque para comprender la vida... primero hay que mirar a los ojos de la muerte.


Ereshkigal, Señora del Gran Lugar y Reina de la Muerte.


En los profundos y oscuros dominios de la mitología mesopotámica, Ereshkigal emerge como la reina absoluta del inframundo, el temido Kur. Su nombre, traducido como "Señora del Gran Lugar", evoca los vastos salones donde habitan los muertos. Acompañada por su esposo Nergal y asistida por el demonio Namtar, era una de las divinidades más sombrías y poderosas del mundo antiguo.

Se dice que incluso Inanna (Ishtar), la gran diosa del amor y la guerra, debió enfrentarse a Ereshkigal en los profundos abismos del más allá. En la ciudad de Cuta, su culto prosperó en templos donde se creía que sus ceremonias tenían poder para curar enfermedades... o para invocar espíritus. Una soberana implacable que aún reina en las tinieblas del pasado.


Yama, el venerable dios hindú de la muerte


En las vastas mitologías de la India, pocas figuras son tan importantes y temidas como Yama, el dios de la muerte y primer mortal en cruzar el umbral. Hijo del dios Sol, Yama se convirtió en el juez supremo de las almas, imponiendo castigos con su maza y atrapando espíritus con su soga.

Montado sobre un búfalo negro, Yama no es solo verdugo, sino garante del orden cósmico. En el hinduismo y el budismo, su figura representa la certeza de la muerte... pero también la esperanza de una nueva reencarnación. El ciclo eterno continúa, y Yama siempre está ahí para recibir a quienes cruzan el velo.


Supay: Dispensador demoníaco de la muerte para los incas

En lo profundo de los Andes, los pueblos incas y quechuas temían a una figura oscura y cornuda: Supay, el señor del Uchu Pacha, el mundo subterráneo. Gobernaba junto a una legión de demonios y se deleitaba en el temor de los vivos. Su imagen demoníaca fue tan impactante que, tras la llegada de los españoles, se fusionó con la del mismísimo diablo cristiano.

Aun así, Supay no era solo terror: en su honor se realizaban danzas y rituales llenos de color y misterio. Era una figura ambigua, temida pero necesaria, guardián de los secretos de la muerte en una de las civilizaciones más enigmáticas del continente americano.


Hel, la aterradora diosa del inframundo vikingo

En la cosmología vikinga, la muerte tenía muchas moradas. Los valientes guerreros iban al Valhalla... pero los demás, aquellos que fallecían de vejez, enfermedad o cobardía, eran enviados al reino helado de Nifelheim, regido por Hel. Esta sombría diosa, de piel pálida y aspecto de cadáver, presidía los Salones de los Muertos.

Hija de Loki y de la giganta Angrboða, hermana del lobo Fenrir y de la serpiente Jörmungandr, Hel es la encarnación del exilio eterno. Su morada contrastaba brutalmente con el glorioso Valhalla. Así, la mitología nórdica ofrecía un reflejo temprano del dualismo entre cielo e infierno... y Hel era la reina absoluta de las almas que no encontraron gloria.


 Mictlāntēcutli, el terrible dios de la muerte del inframundo azteca

En la compleja visión cósmica de los aztecas, la muerte era una etapa más del ciclo eterno. Y en el oscuro corazón del inframundo, Mictlán, reinaba Mictlāntēcutli, el dios esquelético cubierto de sangre que inspiraba temor y reverencia. Se lo conocía por muchos nombres: Nextepehua, el Esparcidor de Cenizas, o Ixpuztec, el Rostro Roto.

Vivía en una casa sin ventanas junto a su consorte Mictēcacihuātl, rodeado de criaturas nocturnas: murciélagos, búhos y arañas. Sus templos eran escenario de rituales extremos, incluso canibalismo y sacrificios humanos. Aquellos que morían debían atravesar un arduo viaje antes de llegar ante él, y solo los más preparados podían cruzar sin ser consumidos.


Orcus, el torturador de los muertos y un antiguo dios etrusco

Mucho antes de Roma, los etruscos ya adoraban a Orcus, un coloso de barba espesa y cuerpo peludo que se deleitaba castigando a los pecadores. Su rol como juez y verdugo del inframundo fue heredado por los romanos, quienes lo asimilaron como regente de su propio Hades.

Algunos estudiosos creen que su nombre deriva del demonio griego Horkos, y las similitudes no son pocas. Su culto pervivió en las zonas rurales de Italia hasta bien entrada la Edad Media, cuando su imagen fue diluida en nuevas leyendas. Pero en lo profundo del folclore, Orcus sigue rugiendo.


 Veles, el pastor de las almas de los muertos

Para los antiguos eslavos, la muerte era menos una tragedia y más un paso hacia un lugar mejor: Iriy, el paraíso de las almas. Allí, los muertos reposaban transformados en aves posadas en un inmenso tilo sagrado, esperando la resurrección. El guía de este tránsito era Veles, el dios pastor del inframundo.

Relacionado con la humedad, la tierra y el ganado, Veles protegía las raíces del gran árbol cósmico. Aunque su papel exacto variaba según la región, su presencia era universal en todo el mundo eslavo. Antiguo, poderoso y profundamente arraigado en los mitos, este dios sigue siendo una figura venerada por quienes aún recuerdan los caminos del alma.


Morana, la diosa invernal de los eslavos que trae la muerte

Entre los antiguos eslavos, la muerte no era simplemente un final, sino un ciclo entrelazado con las estaciones. Morana —también conocida como Marzanna, Mara o Marena— encarnaba el invierno, la muerte y el sueño profundo de la naturaleza. Cada vez que el hielo cubría la tierra y el hambre se apoderaba del pueblo, sabían que Morana había regresado.

Para alejar su influjo, se realizaban rituales a finales del invierno, escenificando su muerte y el renacimiento de Vesna, la diosa primaveral. Pero Morana no se limitaba a la estación fría: era también señora de los sueños y las pesadillas, una bruja sombría comparable a Hécate. Su influencia fue tal que, incluso hoy, muchas palabras eslavas relacionadas con las pesadillas derivan de su nombre. Una diosa de hielo y sombras que aún susurra en la oscuridad.


Anubis, un dios egipcio con cabeza de chacal que te llevará al más allá

En el antiguo Egipto, la muerte era solo el comienzo de un complejo viaje hacia la eternidad. Y quien guiaba ese tránsito no era otro que Anubis, el misterioso dios de cabeza de chacal dorado. Amo del embalsamamiento y protector de las tumbas, Anubis conducía las almas hasta la sala del juicio, donde el corazón del difunto era pesado contra la pluma de la verdad.

Si el corazón era ligero, el alma entraba en Duat, el inframundo. Si no, quedaba devorada por monstruos. Miles de chacales momificados hallados en Saqqara dan testimonio de la importancia de este dios. Aunque más tarde Osiris le arrebató el trono del inframundo, Anubis siguió siendo el guía de los muertos, caminando entre mundos con su mirada eterna.


Hades, el dios griego de la muerte y su perro de tres cabezas

La mitología griega es una fuente inagotable de poderosas deidades y criaturas sobrenaturales, pero entre todas ellas, una destaca por su dominio sobre la muerte misma. Hades, señor del inframundo y juez de los difuntos, es uno de los dioses más reconocidos del panteón helénico. Gobernaba un reino brumoso y sombrío llamado Erebo, adonde llegaban las almas tras cruzar el Estigia, el río de la muerte, guiadas por el tétrico barquero Caronte.


Hades no caminaba solo: lo acompañaba siempre Cerbero, su aterrador perro tricéfalo que custodiaba las puertas del más allá. Hermano de Zeus y Poseidón, poseía un "Yelmo de la Oscuridad" que lo hacía invisible, acentuando su naturaleza impenetrable. Aunque no era maligno por definición, su severidad lo convirtió en una figura temida. Los antiguos griegos le ofrecían sacrificios para ganarse su favor o, al menos, evitar su ira en el juicio final.


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